Bestiario I: Dragones

En el mito y la leyenda habitan una gran variedad de monstruos y seres fantásticos, desde Dragones, Demonios y fantasmas, hasta criaturas Híbridas como la esfinge, el minotauro, los centauros, la mantícora y los grifos. También existen muchos Animales fabulosos como el León de Nemea, el cordero del Vellocino de oro y el caballo alado Pegaso, o Criaturas de leyenda, habitantes de tierras lejanas, como el Fénix y los Unicornios. Entre las Tribus humanas, el mito habla de pueblos extraños que habitan en los confines de la tierra, como los Esciápodos con un solo pie enorme, los Arimaspianos de un solo ojo, los Cinocéfalos u hombres con cabeza de perro y los pequeños Pigmeos.
Gorgo y Pegaso, ca. 625 a.C. Museo arqueológico regional "Paolo Orsi", Siracusa.
1. Dragones. Una raza de monstruos serpentinos, generalmente equipados con algún poder mágico. Incluyen criaturas como el Dragón del Vellocino de Oro, Pitón, el monstruo marino de Etiopía y la dragona Equidna.

2. Gigantes. Hombres enormes con habilidades fantásticas: Hecatonquiros de cien manos, Cíclopes de un solo ojo, el cazador que camina por el agua Orión, el luchador Anteo y el monstruoso Tifoeo.

3. Fantasmas y demonios. Criaturas del Inframundo que atormentaban la tierra como las Empusas, Erinias, Vampiros y fantasmas inquietantes de los muertos.

4. Híbridos. Criaturas que combinan formas humanas y animales o varios animales. Estos incluyen criaturas como el Centauro (Hombre-caballo), Esfinge (Mujer-león), Hipocampo (Caballo-pez) y Quimera (León-cabra-serpiente).

5. Animales extraordinarios. Animales identificados con algún atributo fantástico. Los ejemplos incluyen el caballo alado Pegaso, el jabalí de Erimanto, los toros de Cólquide que escupen fuego y el ineludible perro de caza Lélape.

6. Criaturas legendarias. Animales fantásticos que según la leyenda, habitan en los rincones remotos de la tierra. Incluían la Mantícora, Unicornio, Catoblepas y los Grifos.

7. Tribus míticas. Horribles criaturas humanoides con características físicas especiales, gran longevidad y extrañas costumbres.

Dragones:
Cabeza de la Columna de las Serpientes (trofeo dedicado a Delfos después de la batalla de Platea, en 478 a.C). Museo arqueológico de Estambul.

Los dragones ("δράκους" en griego, "dracones" en latín) eran serpientes gigantes, que a veces poseían múltiples cabezas o podían respirar fuego, pero la mayoría solo escupe veneno mortal. Suelen representarse sin alas. Los cuatro tipos de criaturas parecidas a dragones conocidas por los griegos eran los Dragones terrestres y los Cetos o monstruos marinos, existían también dos criaturas híbridas, la Quimera y la Dracena o Mujer-dragón.

I. Dragones terrestres:

El primer tipo de dragón griego era el Draco, cuyo nombre se derivaba de las palabras griegas "drakein" y "derkomai", que significa "ver claramente" o "mirar fijamente". Esencialmente era solo una serpiente gigante que a veces estaba equipada con hileras de dientes afilados, veneno mortal o cabezas múltiples. En el mito, la bestia generalmente guardaba una fuente sagrada, un bosque o un tesoro.

Dragones terrestres:

- Dragón de Cólquide, custodio del Vellocino.
- Dragón de Delfos o Pitón.
- Dragón de Deméter o de Triptólemo.
- Dragón de Gigantomaquia.
- Dragón de Hespérides o Ladón.
- Dragón de Etiopía.
- Dragón de Frigia.
- Dragón de India.
- Dragón de Meonia (Lidia).
- Dragón de Medea o de Helios.
- Dragón de Misia.
- Dragón de Nemea.
- Dragón de Pitane.
- Dragón de Rodas.
- Dragón de Salamina o de Cicreo.
- Dragón de Tebas.
- Dragón de Tespias.
- Dragones de Troya o de Laocoonte.
- Hidra de Lerna.
- Pirausta o insecto-dragón.

Dragón de Cólquide.

Hijo de Tifoeo y Gea (Ap. Rd., Arg. II 1209) o de Tifoeo y Equidna (Hig. Prefacio y Fab. 151). Un dragón insomne que protegía al Vellocino de Oro en el bosque sagrado de Ares en La Cólquide (Pínd. Pít. IV 241).

En la arboleda oscura de Ares, donde el vellón se extendía sobre un roble, una bestia formidable espiaba por todas partes y nunca, sea día o noche, permite que el dulce sueño conquiste sus ojos que no pestañean (Ap. Rd. II 402).

Un camino llevó a Jason y Medea al bosque sagrado, donde se encontraba el enorme roble en el que colgaba el vellón, brillante como una nube encarnada por los rayos ardientes del sol naciente. Pero frente a ellos, el dragón con sus agudos ojos insomnes los había visto venir y ahora los confrontaba, estirando su largo cuello y silbando terriblemente. Las altas riberas del río y los profundos recovecos del bosque trasmitieron el sonido, y lejos de la tierra de Eea, llegó a los oídos de aquellos que viven junto a la desembocadura del Lico, el cual, separándose del ruidoso Araxes, une su corriente sagrada con la de Fasis y fluye en compañía de éste hasta desembocar en el mar Caucásico. Con temor se despertaban las madres y a sus niños pequeños, asustados por el silbido mientras dormían en su seno, rodeaban con sus brazos angustiadas. El monstruo en la vaina de escamas córneas rodó hacia adelante sus bobinas interminables, como los remolinos de humo negro que brotan de troncos humeantes y se persiguen desde abajo en infinitas circunvoluciones. Mientras serpenteaba, vio a la doncella Medea tomar su posición, y la escuchó con su dulce voz invocando a Hipnos (Sueño), el conquistador de los dioses, para encantarlo. También llamó a Hécate, la reina errante del mundo en poder solo por debajo de la Noche, para que le diera permiso. Jasón desde atrás miraba con terror. El dragón, encantado por su conjuro, pronto se relajó a lo largo de su columna vertebral aserrada y suavizó sus ondulaciones, como una ola oscura y silenciosa que se desliza por un mar lento. Aún su oscura cabeza se levantaba sobre ellos y las crueles mandíbulas amenazaban con devorarlos. Medea, recitando un hechizo, sumergió una ramita fresca de enebro en su infusión y roció sus ojos con la droga más potente; y cuando el olor mágico que todo lo impregnaba se extendió alrededor de su cabeza, el sueño cayó sobre él. Sin agitarse más, dejó que su mandíbula se hundiera en el suelo, y sus innumerables bobinas yacían muy atrás, extendidas muy lejos en la profundidad de la arboleda. Medea llamó a Jason y él arrebató la lana dorada del roble. Ella siguió untando la cabeza salvaje con el ungüento mágico, hasta que Jasón la obligó a regresar al barco y juntos abandonaron la sombría arboleda de Ares (Ap. Rd. Arg. IV 121; Val. Arg. 8.70).
Medea aturde al dragón y Jason roba el vellocino de oro, crátera de Apulia. M.A.N. de Nápoles, ca. 310 a. C.

Dragón de Delfos (Pitón).

La Pitón de Delfos era una gran serpiente fabulosa que vigilaba la caverna donde Temis pronunciaba sus oráculos (Apd. I 4.1). Pitón nació de la Tierra luego del diluvio de Deucatión y Hera la utilizó para perseguir a Latona (Ov. Met. I 438). La Titánide huyó hasta la isla Asteria (luego Delos), donde tuvo a Apolo y a Artemisa. Apolo la mató con sus flechas (Hig. Fab.140; Nono IX 251; Est. Teb. I 563).

En algunas fuentes se afirma que en realidad Apolo mató a un bandido que impedía llegar a los que fueran a tributar sacrificios a su templo en Delfos (Estrabón IX 3.12; Paus. X 6.5).

Dragón de Deméter.

Un par de dragones alados que tiraban del carro de la diosa Deméter. Ella se los dio al héroe Triptólemo para que lo llevara por todo el mundo difundiendo el conocimiento de la agricultura. Eumelo, un autóctono, fue el primer habitante en la región de Patras, y era rey de pocos hombres. Recibió de Triptólemo el cultivo del fruto y aprendió a fundar una ciudad que llamó Ároe por el cultivo de la tierra. Cuando Triptólemo se fue a dormir, Anteas, hijo de Eumelo, unció los dragones bajo el carro de Triptólemo y quiso también sembrar, pero se cayó del carro y murió. Así, Triptólemo y Eumelo fundaron una ciudad en común, Antea (Paus. VII 18.2-3).

Carnabón, rey de los getas de Tracia ascendió al poder en la misma época en que las semillas de los cereales fueron cultivadas por primera vez. Ceres, para recompensar a los hombres por sus favores, ordenó a Triptólemo, de quien había sido nodriza, subido en un carro tirado por dragones (éste fue el primero de todos que utilizó la rueda), que recorriera los campos de las naciones y esparciera las semillas, para que los nativos y sus descendientes pudieran abandonar la vida silvestre. Cuando llegó ante el rey de los getas, Carnabón, al principio lo recibió hospitalariamente pero pronto fue sorprendido en una emboscada. Uno de sus dragones había sido abatido para que Triptólemo no encontrara protección en su carro. Ceres se presentó allí, devolvió el carro al joven saqueado y unció el otro dragón. Castigó a Carnabon por haber maltratado a Triptólemo con tanta severidad que el resto de su vida se hizo insoportable y, después de su muerte, fue colocado entre las estrellas como la constelación de Ofiuco, un hombre que sostiene una serpiente, en recuerdo de su crimen y castigo. (Higino, Astr. II 14).

Triptolemo se prepara para partir de Eleusis en un carro alado y tirado por una serpiente en una búsqueda para instruir a la humanidad en la agricultura. Escifo de figuras rojas ateniense atribuido a Macrón (500-475 a.C.). Museo Británico.
Dragón de Gigantomaquia.

Un dragón que fue lanzado a la diosa Atenea durante la Guerra de los Gigantes. Ella lo atrapó y lo arrojó al cielo donde formó la constelación de Draco (Hig. Ast. II 3).

Dragón de Hespérides (Ladón).

Descendiente de Tifoeo y Equidna (Apd. II 5.11; Hig. Fab.151) o de Forco y Ceto (Hes. Teog. 333). Serpiente con cien cabezas que guardaba el jardín de las Hespérides por orden de Hera, quizá para impedir que las ninfas robaran las manzanas de oro. Hércules o Atlas mataron a Ladón para robar las manzanas doradas. Hera subió sus restos al cielo y es uno de los posibles origenes de la constelación del Dragón y a su lado está el Arrodillado que es Hércules (Eur. Her. 394; Hig. Ast. II 3).

Los Argonautas llegaron al Jardín un día después de que Heracles hubiera asesinado al dragón, cuando las ninfas Hespérides aún lloraban su muerte. Su cadáver estaba echado contra el tronco de un manzano y sólo su cola todavía se movía. Había muerto por las flechas untadas en el veneno de la Hidra de Lerna y las moscas se secaban sobre sus pútridas heridas (Ap. Rd., Arg. IV 136).

Algunos creen que había manzanas doradas en ciertos jardines de las Hespérides en Libia, donde estaban protegidas por un Dragón formidable, mientras que otros afirman que las Hespérides poseían rebaños de ovejas que sobresalían en belleza y tenían un color peculiar como el oro. Dragón era el nombre del pastor de las ovejas, un hombre que sobresalía en fuerza y coraje, que protegía a las ovejas y mataba a cualquiera que pudiera atrévete a quitártelos (Diod. IV 26.2).
Hidria de Londres (BM E 224). En la escena inferior se representa a Heracles en el Jardín de las Hespérides. Pintor de Midias, finales de s. V a.C. Museo Británico.
Dragón de Etiopía.

Existieron unos dragones africanos de dorado fulgor, que la ardiente África convierte en mortíferos. Remontan con alas en el aire y, persiguiendo a rebaños enteros, quebrantan a coletazos, enroscados a ellos, gigantescos toros; ni el elefante está seguro, pese a su volumen: todo lo entregan a la muerte y, para sus deletéreos estragos ni siquiera tienen necesidad de veneno. Mataron elefantes y rivalizaron con los animales más longevos (Eliano, Historia de los animales II 21; Lucano, Farsalia IX 700 - catálogo de las serpientes).

Dragón de Frigia.

Hay en Frigia, en el centro de Asia menor, serpientes que alcanzan una longitud de diez brazas o sesenta pies y, durante el verano, salen todos los días ;al mediodía de sus cubiles. A orillas del río llamado Ríndaco apoyan en tierra parte de sus anillos y erguidos sobre sus colas en el aire y extendiendo quieta y silenciosamente el pescuezo, abren la boca y, con su aliento, que es como un hechizo, atraen a los pájaros. Y los pájaros descienden, enteritos y con sus plumas, a sus estómagos, atraídos por el aliento mágico de la serpiente. Los reptiles se entregan a estos peculiares ejercicios hasta el crepúsculo. Después se ocultan y permanecen acechando a los rebaños y caen sobre ellos cuando regresan de los pastos a los apriscos, haciendo entre ellos gran mortandad y matando a menudo a los pastores, con lo que consiguen un abundante y generoso festín (Eliano, Historia de los animales II 21).

Dragón de India. 

Toda la región de la India está cubierta por dragones de enormes proporciones; llenos sus pantanos, llenos sus montes, ni una colina libre de ellos. Los dragones palustres son perezosos y de treinta codos de largo. No les crece cresta, sino que son semejantes a las dragonas, bastante negros por la espalda y menos escarnosos que los demás. Los dragones de los cerros se lanzan a los llanos para la caza y superan a los palustres en todo, pues alcanzan mas tamaño, se mueven más de prisa que los ríos más veloces y nada puede huir de ellos. Poseen una cresta que crece con ellos y alcanza gran tamaño con la edad. Es cuando ellos se vuelven rojos y con el lomo aserrado. Éstos tienen una barba incipiente y llevan el cuello levantado hacia arriba; brillan sus escamas como plata; los iris de sus ojos son una piedra ignea y afirman que su poder es irresistible para muchos propósitos secretos. El dragón de la llanura resulta un premio para los cazadores cuando hace presa en un elefante, pues ello representa la muerte de ambos animales. Lo más apreciado para los que cazan dragones son los ojos, la piel y los dientes. Éstos son semejantes a los de los jabalíes de mayor tamaño, pero más finos, torcidos y de punta no desgastable por el uso, como los de los grandes peces. Los dragones de la montaña presentan escamas doradas. De tamaño mayor que los de la llanura, su barba es ensortijada, también dorada. Tienen sus cejas mas prominentes que los de la llanura, y su ojo se hunde bajo la ceja, terrible y de mirada descarada. Emiten un sonido casi de bronce cuando reptan por tierra. De sus crestas, que son rojas como el fuego, brota una llama mayor que la de una antorcha. Éstos hacen también presa de los elefantes, y ellos mismos son presa de los indios del modo siguiente: tras bordar unas letras de oro en un manto teñido de escarlata, lo ponen delante de la guarida. Enseguida provocan con ensalmos en las letras el sueño por el cual siente vencidos sus ojos el dragón, aun cuando son inamovibles, pronuncian asimismo sobre él muchos ensalmos de la sabiduria secreta, por los que, sacando su cuello de la guarida, se queda dormido sobre las letras. Los indios, cayendo sobre e1 mientras yace, lo despedazan a hachazos y, tras cortarle la cabeza, le arrebatan las piedras que hay en ella. Hay acumuladas en las cabezas de los dragones de la montaña unas piedras, brillantes y con destellos de todos los colores, y dotadas de poder mágico como el anillo de Giges. En la ciudad de Paraca hay consagradas muchísimas cabezas de dragones, pues los indios de allí se ejercitan en esta caza desde jóvenes. Dicen también que comprenden cuanto dicen y piensan los animales si se alimentan, sea con el corazón, sea con el hígado del dragón (Filóstrato, Vida de Apolonio III 6-9 - Cazadores de dragones).

Dragón de Meonia (Lidia). 

1. Dragón de Meonia, representado en el escudo de Dioniso junto a la ninfa Moria, su hermano Tilo y el gigante Damasén. El pastor Tilo, mientras caminaba junto a la ribera del Hermo, rio migdonio, tocó una serpiente con la mano. Ésta, tensando el largo cuello, alzó la cabeza con implacables fauces abiertas y se lanzó contra el hombre. Enroscándose en tomo al cuerpo del mortal formó una corona con sus anillos. Entonces saltó hacia las mejillas del joven, apenas cubiertas de un leve bozo, surcó la piel de su quijada con el arado de sus cientos de dientes y escupió el licor de la muerte con mandíbulas venenosas y cayó muerto en tierra como un brote de un árbol desgajado. No era el primer hombre que mataba, ni el primer pastor, sino que en la espesura de su guarida devoraba también fieras salvajes.

Moria pudo contemplar el asesinato de su hermano desde la lejanía. Tembló de miedo la ninfa al ver la gran cantidad de filas de venenosos dientes. Vio también la guirnalda letal que se había tejido en torno a la garganta del muerto. Lloraba amargamente junto a la  guarida del dragón cuando se encontró con el descomunal Damasén, hijo de la Tierra. La ninfa se arrodilló ante él suplicante y le mostró lamentándose el enorme reptil que había dado muerte a su hermano Tilo. El gigante, agarrando un árbol, lo arrancó de raíz de su madre la tierra y atacó a aquel dragón carnívoro. El draco trabó combate con su serpentino lazo, lanzando un silbido de guerra. Aquella serpiente de anillos enroscados en movimiento medía cincuenta pletros. En tomo a sus pies trabó un lazo asfixiante que los apresó, mientras azotaba el cuerpo de Damasén con sus curvas espirales. Abrió entonces las puertas de los colmillos, sus fauces enloquecidas, arrojando a la cara del gigante un torrente de veneno que llovía desde sus mandíbulas como flechas. El terrible gigante, agitando su cuerpo semejante a una montaña, blandió su arma de largas hojas, arrojándola como arbóreo proyectil donde se unía el curvo cuello con la espina dorsal. Entonces el árbol enraizó de nuevo. Sobre la tierra yacía inmóvil el dragón, un cadáver en espiral.

Una serpiente hembra se arrastró llevando en sus fauces la flor de Zeus, la hierba que alivia el dolor. Puso en las resecas fosas nasales del espantoso cadáver la hierba que aleja la muerte, y al muerto lanzador de veneno, le dio vida por medio de aquella flor. Las frías mandíbulas retomaron la respiración de nuevo, poco a poco la boca se abrió y pudo oírse el acostumbrado sonido del aliento, que derramaba su silbido recobrado. Al fin se puso en movimiento y regresó a resguardarse en su antigua guarida. Moria recogió la flor de Zeus y puso la hierba portadora de vida en la nariz del cadáver de su hermano y la planta inspiró de nuevo al muerto el alma e infundió nueva vida en él (Nono 25.450 - La muerte y resurrección del pastor Tilo).

2. Un dragón devastó el reino de Lidia. Había asesinado a muchos hombres y privado a las orillas del río Sagraris de grano. Fue asesinado por Heracles cuando estaba al servicio de la reina Ónfale. Por esta hazaña, Ónfale devolvió a Hércules a Argos cargado de regalos y por su valor, Zeus puso la imagen de Ofiuco entre las estrellas (Hig. Astr. II 14).

Dragones de Medea. 

Dos dragones voladores nacidos de la sangre de los Titanes vencidos tiraban del carro de la hechicera Medea (Ov. Met.VII 398). Cuando Medea mató a Mérrnero y Feres, los hijos tenidos con Jasón, utilizó el carro recibido de Helios con dragones alados, huyó en él y llegó a Atenas. También se dice que al huir abandonó a los niños aún pequeños, dejándolos como suplicantes en el altar de Hera Acrea; pero los corintios los arrebataron de allí y los hirieron mortalmente (Apd. I 9, 28).

Medea en el carro de dragones. Pintor Policoro, crátera de cáliz de figuras rojas, ca. 400 a.C. Museo Británico.
Dragón de Misia. 

Un dragón que custodiaba el bosque sagrado de la diosa Artemisa en Misia, se apareció a Halia, hija de Síbaris, cuando entraba en el soto de Ártemis  y yació con ella, de esta unión surgieron los ofiogeneos de la primera generación (Eliano, Historia de los animales 12, 39). Los ofiogeneos varones pueden curar a quienes hayan sido mordidos por una víbora, y lo hacen tocándoles continuamente como los encantadores, trasladando primero la lividez a su propio cuerpo y haciendo cesar luego la inflamación y el dolor. Cuenta la tradición que el jefe de la tribu es una serpiente transformada en héroe; quizá fuera uno de los psilos libios, y su poder se extendió a la tribu hasta un determinado momento (Estr. XIII 1.14).

Dragón de Nemea. 

Una serpiente nacida de la tierra, el terror maldito de la arboleda Nemea arrastrando libremente su enorme cuerpo. Un brillo lívido aparece en sus ojos, espuma verde del veneno en sus colmillos y una lengua temblorosa triple con tres hileras de dientes enganchados, y una cresta se alza sobre su frente dorada. Los hijos de Ínaco la consideraban sagrada para Zeus, quien tiene la custodia del bosque, y ahora desliza sus bobinas alrededor de los santuarios, ahora muele los desventurados robles y aplasta enormes fresnos al arrastrarse; a menudo se extiende de orilla a orilla de los arroyos, y el río desgarrado por sus escamas se hincha a gran altura. Más feroz que nunca, cuando toda la tierra está jadeando de sed a las órdenes de Dioniso que ha provocado una sequía y las ninfas se apresuran a esconderse de sus polvorientos lechos, tuerce su tortuoso cuello retorciéndose en el suelo y el fuego de su veneno reseco lo llena de una furia perniciosa. Sobre charcos y lagos áridos y manantiales sofocados, se abre paso, vagabundea por los valles sin río y, consumida por la sed ardiente, arroja su cabeza hacia atrás y lame en el aire el líquido que rozando sobre los campos gime hacia la tierra. La hierba cae seca por su aliento caliente, aunque haya humedad en los pastos, vasto es el dragón como la Constelación que divide el hemisferio Norte o como Pitón que sacudió los cuernos del sagrado Parnaso hasta que atravesó un centenar de heridas, las flechas de Apolo Delio.

Baco provocó una sequía tratando de retrasar el ataque de los argivos contra Tebas. El ejército de los Siete, buscando agua encuentra a Hipsípila, la lemnia, hija de Toante y ahora nodriza de Ofeltes, el pequeño hijo del rey Licurgo de Nemea (Apd. III, 6, 3). La lemnia los condujo a las aguas del Langia, único caudal que no se ha agotado. Para que el niño no obstaculice su marcha lo dejó sobre una alta mata de apio sin saber que el monstruo acechaba cerca (un oráculo había advertido que no pusiera al niño en el suelo hasta que supiera andar, Hig. 74). El niño Ofeltes murió ahogado por la cola de la serpiente o por el veneno de su triple lengua. Su aullido asustado se elevó en el aire. Hipsípila lo escuchó y aceleró sus pasos tambaleantes, su mente presagiaba un desastre seguro. Con la mirada fija, escanea el suelo en su búsqueda, repitiendo en vano las palabras que el bebé sabría; pero él no está en ninguna parte, y las huellas recientes han desaparecido de los prados. Su llanto doloroso también llegó a los oídos del ejército de los Siete contra Tebas. El veloz Partenopeo a sus líderes de la desgracia informó. Hipomedonte tomó una piedra, marco de un campo, y la arrojó contra el dragón en vano. Capaneo lo atacó con una lanza cenicienta. Hirió en la boca abierta del monstruo y cortó los ásperos cierres de la lengua triple. Luego a través de la cresta vertical que adorna su cabeza, la lanza ensució con la sangre negra del cerebro que inundó el suelo. Apenas el dolor recorrió su cuerpo, con la velocidad del rayo,  la serpiente enrolló sus bobinas alrededor del arma, la arrancó y escapó a su guarida en el oscuro templo del dios. Extendida en el suelo, jadea y sisea su vida en el santuario de su patrón. Anfiarao consoló a nemeos y argivos al explicar que todo estaba profetizado. Al niño le llamaron Arquémoro y en su honor instauraron los Juegos Nemeos donde los vencedores reciben una corona de apio (Apd. III 6.4; Hig. Fab.74; Estacio, Teb. V 505).

Dragón de Pitane.

Un enorme dragón convertido en piedra yace cerca de Pitane, en Eolia, lugar donde huyó Medea después del asesinato de Pelías (Ovid. Met. VII 357). Puede tratarse de la misma gran serpiente que se lanza contra el rostro desnudo y los cabellos mojados de Orfeo cuando sus restos despedazados llegaron hasta las costas de Metimna (Lesbos). Apolo aparta a la serpiente y la convierte en piedra en la actitud de atacar con las fauces abiertas (Ov. Met. XI 50-60). En las monedas de Pitane se representa una serpiente entrelazada con el ónfalo.

Dragón de Rodas:

La tierra de Rodas engendró unas serpientes de un tamaño extraordinario que causaron la muerte de muchos nativos. Los rodios enviaron una embajada a Delos para preguntar al dios la forma de librarse de aquellos males. Apolo les ordenó que acogieran a Forbante y a sus compañeros, y que habitaran en Rodas junto con ellos. Forbante era hijo de Lápites, vivía en Tesalia con un numeroso séquito y buscaba una tierra donde establecerse. Los rodios, de acuerdo con el oráculo, lo enviaron a buscar y le entregaron parte del territorio. Forbante acabó con las serpientes, liberó la isla del terror y se estableció en Rodas; fue también un gran hombre en otros aspectos y después de su muerte recibió los honores que se tributan a los héroes (Diodoro Sículo V 58. 4).

Forbas o Forbante, hijo de Tríopas, nacido de su relación con Híscila, hija de Mirmidón, fue arrastrado a rodas por una tempestad y terminó con todas las fieras y con el dragón. Como Apolo se había enamorado perdidamente de él, fue colocado entre las estrellas para glorificarle y recordarle (la constelación de Ofiuco). Los rodios, antes de alejarse de la costa con su flota, ofrecen sacrificios por la llegada de Forbante para que los ciudadanos encuentren un resultado de inesperado valor, del mismo modo que una suerte gloriosa condujo al cielo a Forbante, desconocedor del honor que en un futuro gozaría (Hig. Astr. II 14).

Dragón de Salamina.

1. Cicreo era hijo del dios Poseidón y de la ninfa Salamina, hija de río Asopo (Paus. I 35.2​). Dio muerte a una serpiente que asolaba la isla de Salamina y los habitantes le proclamaron rey. Su hija Cariclo (Plut. Teseo 10), casada con Escirón de Megara es la madre de Endéis, mujer de Éaco y madre de Telamón (padre de Ayax) y de Peleo (padre de Aquiles). Según Ferécides de Leros, Telamón era hijo de Acteo y Glauce, hija de Cicreo (Apd. III 12.6, por tanto nieto y no bisnieto de Cicreo).​

Éaco desterró a sus hijos Telamón y Peleo por el asesinato de su medio hermano Foco. El rey Cicreo de Salamina ofreció refugio a Telamón, quien se casó con la hija de Cicreo, Peribea, con la cual tuvo a Áyax el grande (en otras versiones del mito, la hija de Cicreo se llama Glauce, mientras Peribea es la segunda mujer de Telamón e hija de Alcátoo). Al morir Cicreo sin descendencia, Telamón heredó el trono de Salamina.​ Después de la muerte de Ayax en la guerra de Troya, Eurísaces, hijo de Ayax y la cautiva troyana Tecmesa, hija de Teleutante, heredó el trono de su abuelo e impidió el regreso de su tío Teucro. Eurísaces y su hermano Fileo entregaron la isla de Salamina a los atenienses y se establecieron en la ciudad (Plut. Solon 10). Los Filaidas se convirtieron una familia noble de Atenas y entre sus descendientes se encuentran Cimón, Milcíades, Alcibíades, el historiador Tucídices y el filósofo Epicuro.

2. Según otra versión, la serpiente Cicreida había sido criada por Cicreo y, por causar daños en Salamina, fue expulsada no por él sino por Euríloco (Estrabón IX 1.9 ¿el compañero y cuñado de Ulises?). Esta serpiente llegó hasta Eleusis y se convirtió en sirviente de Deméter (Hes. fr. 226 ¿uno de los dragones que tiran del carro de la diosa?).

En Salamina existió un santuario dedicado a Cicreo, construido en agradecimiento por la ayuda prestada a los griegos en la Batalla de Salamina, apareciendo en forma de serpiente entre las naves (Paus. I 36.1).

Dragón de Tebas.

Había un antiguo bosque virgen, que ningun hacha había violado, en medio de la cual existía una caverna entre la maleza y tenía una fuente, a la cual daba entrada un arco de piedras unidas. En su interior habitaba la serpiente de Marte crestada de oro, con fuego en los ojos y el cuerpo henchido de veneno; armada con triple lengua y tres hileras de dientes. Cuando los compañeros de Cadmo llegaron a este lugar intentaron sacar el agua que brotaba. La serpiente al oírlos se retuerce, e irguiéndose domina el bosque, pues es tan grande como el espacio que en el cielo separa las dos Osas. Ataca rápido a los hombres, que intentaban escapar o defenderse con sus armas, y los mata mordiéndolos y asfixiándolos en sus anillos.

Cadmo preocupado de la tardanza de sus compañeros se dispone a buscarlos, cubierto de una piel de león y armado de lanza y jáculo y un espíritu más fuerte que todas las armas. Al ver los cadáveres de los suyos y sobre ellos el draco vencedor, juró vengarlos o morir como ellos, y con la diestra una pesada piedra lanzó con fuerza pero dejó indemne a la serpiente, protegida por su coraza de escamas. Arrojó entonces su jabalina que le entró desde el espinazo a las entrañas. Envalentonada por el dolor, la bestia se volvió sobre sí misma, y se arrancó el astil del arma, pero la punta siguió clavada en sus huesos. Más furiosa aún, hincha la garganta y arroja espuma por el hocico y se arrastra en
la tierra e infecta el aire con su aliento, y ora se tuerce en inmensos círculos, ora se endereza como
una viga o se arroja como un torrente crecido y derriba los árboles con su impulso. Retrocede
Cadmo y se resguarda con la piel de león y clava la lanza en boca abierta del animal. Muerde inútilmente el hierro, herida en su paladar venenoso. Empuja su lanza Cadmo hasta que la clava en el tronco de una encina. El árbol se encorvó con el peso, y crujió su base, golpeada por la cola moribunda. Se oye una voz que le advierte que él también se arrastrará como una serpiente.

Atenea ordena a Cadmo arar la tierra y sembrar los dientes del dragón que serán semilla de su pueblo. Cadmo obedece la orden y entre los terrones aparecieron, primero, puntas de lanza; yelmos luego y hombros y pechos y brazos, hasta que surgió una cosecha de hombres armados de dardos y
protegidos de escudos. Cadmo se aprestaba a luchar con el nuevo enemigo, cuando uno de los hombres sembrados le advirtió que no interviniera en guerras civiles. Todos ellos se atacan y se dan muerte  y, recién nacidos, empapan de sangre a su madre. Solo quedaban cinco cuando Equión, aconsejado por Palas, renunció al combate y ofreció y recibió paz. Estos cinco son los Espartos que acompañaron a Cadmo en el momento de fundar la ciudad como ordenó el oráculo de Febo (Apd. I 9.23, 3.4.1; Nono 4.358, 4.415, 4.421; Val. VII 610; Ov. Met. III 27).
Cadmo y el dragón. Cílica de figuras negras de Laconia. Pintor de los caballeros ca. s. VI a.C. Museo de Louvre
Dragón de Tespias. 

En la ciudad de Tespias, un dragón hacía estragos. Zeus ordenó que cada año un joven al que le tocara en suerte se ofreciera al monstruo. Cuando le tocó a Cleóstrato, su amante, Menéstrato, inventó un ardid. Hizo una coraza de bronce con un anzuelo en cada una de sus láminas con la punta hacia afuera. Se puso esta coraza y se entregó voluntariamente al dragón, con lo cual murió pero también consiguió matar al dragón (Paus. IX 26.7).

Dragones de Troya:

Existe una oscura caverna bajo un áspero peñasco, inaccesible a los mortales, en la cual habitaban unas fieras espantosas del linaje de Tifón, en una ensenada de la isla Calidna, frente a Troya. Desde allí hizo Atenea que surgieran unas impetuosas serpientes (o las mandó Apolo desde Ténedos), Porcea y Caribea (Licofrón 347), para castigar al sacerdote Laocoonte. Estimuladas por la diosa, sacudieron la isla entera; retumbó el ponto a su paso y se abrieron las olas; se desplazaban haciendo vibrar sus lenguas de forma horrible: se estremecieron los cetáceos de la mar. En torno a ellas, gemían las Ninfas, hijas del Janto y del Simunte, y allá en el Olimpo la Cípride se afligía. Al momento, llegaron aguzando en sus feroces mandíbulas sus calamitosos colmillos contra esos los hijos de Laocoonte. Un espanto tremendo cundió entre los troyanos; ningún joven, por más intrépido que fuera su coraje, se atrevía a hacerles frente, pues de todos se apoderaba un miedo inexorable y escapaban ante esas fieras. Las mujeres se echaron a sollozar y alguna acaso se olvidó hasta de sus hijos, por escapar ella misma a un sino odioso. Ante su acometida, gemía Troya en su entorno. Las multitudes, huyendo por todos sitios, incluso obstruían las calles. A lo lejos se hallaba solo Laocoonte con sus hijos, Antífantes y Timbreo, pues trababan sus pies al suelo la devastadora Ker y la diosa Atenea. Las serpientes arrebataron con sus funestas mandíbulas a sus dos hijos, que, temblando ante la muerte, tendían las manos hacia su querido padre, pero éste no podía protegerlos. Mueren ante Laocoonte dos hijos suyos (en Licofrón, Alejandra, 347 y Apd., Epít. V 18); el padre y solo un hijo (en el Saqueo de Troya de Arctino de Mileto según la Crestomatía de Proclo, Focio Miriabiblion 239); los dos niños y también Laocoonte (en Virgilio, En. II 199 y Higino, Fáb. 135). Los troyanos desde la lejanía lo contemplaban y con el corazón sobrecogido lloraban. Las serpientes tras cumplir la órden aborrecible de Atenea, desaparecieron bajo la tierra (Quinto de Esmirna, Posth. XII 445; la razón por la cual Laocoonte sufrió esta terrible muerte según los troyanos era porque había puesto su lanza en el costado del caballo (Eneida II 214) o porque, contrariamente a la voluntad de Apolo, se había casado y engendrado hijos (Hig. 135).

Hidra de Lerna. 

En su segundo trabajo, Heracles recibió la orden de matar a la Hidra de Lerna. Esta criatura, hija de Tifoeo y Equidna (Hes. Teog. 313; Hig. Pref., Fab. 30 y 151; Ovid. Met. IX 69) fue criada en las marismas de Lerna, desde donde saldría a la llanura para atacar los ganados y arruinar el campo. La Hidra era de enorme tamaño, con ocho cabezas mortales y una novena en el centro que era inmortal. Con Yolao conduciendo, Heracles montó un carro hacia Lerna, y allí, deteniendo a los caballos, encontró a la Hidra en una colina al lado de los manantiales de la danaide Amimone, donde tenía su madriguera. Al arrojarle flechas en llamas, la obligó a emerger y, mientras lo hacía, pudo agarrarla aunque ella se aferró a él envolviéndose alrededor de uno de sus pies. Cada vez que golpeaba una cabeza con su garrote, otras dos crecían en su lugar. Un cangrejo gigante enviado por Hera para ayudar a la Hidra, mordió a Heracles en el pie. Mató al cangrejo y pidió ayuda a Yolao, quien hizo algunas antorchas prendiendo fuego a una parte del bosque y, con los tizones, quemó los cuellos de las cabezas, impidiendo que crecieran. Por fin Heracles cortó la cabeza inmortal, que enterró y cubrió con una roca pesada al costado del camino que atraviesa Lerna hasta Eleúnte. Cortó el cuerpo de la Hidra y sumergió sus flechas en su veneno  (Apd. II 5.2; Eur. Her. 421; Hes. Teog. 314.; Hig. Ast. II 40; Hig. Fab. 151; Ov. Met. IX 69; Paus. II 37.4; Sof. Tra.1094).
Heracles luchando contra la Hidra de Lerna. Hidria de Caere (Etruria) de figuras negras. Pintor de las águilas, ca. 525 a.C. Villa Getty.
Pirausta, pirálide o pirótoco:

Pirausta es un animal del tamaño de una mosca, cuadrúpedo con dos alas de insecto y la cabeza de un dragón. Pirausta vive en los hornos de bronce y en medio del fuego en Chipre. Puede volar, pero siempre manteniéndose en contacto con el fuego o las brasas ardientes. Dejando la fuente del fuego, el pirausta muere inmediatamente (Plinio, H.N. XI 42).

II. Dragones marinos (Cetos):

El segundo tipo de dragón es el Ceto o "Monstruo marino". La criatura generalmente aparece en los mitos de una princesa sacrificada rescatada por un héroe. Los antiguos imaginaban que monstruos marinos poblaban los océanos distantes del mundo. "Cetus" también era la palabra griega para "ballena", que se consideraba como un tipo de monstruo marino.

Ceto.

Ceto es una deidad marina primordial hija de Ponto y Gea. El nombre Ceto, que significa "monstruo", es lo que los antiguos griegos como las ballenas, tiburones y monstruos marinos. Hermana y esposa de Fórcis, la diosa recibe estos epítetos Crateide (Κράταιις, "poderoso, de rocas"); Lamia (Λαμία, "tiburón"); Trienos (Τρίενος, "tres veces").

Ceto era una diosa de bellas mejillas que tuvo hijas hermosas pero peligrosas temidas por hombres y dioses conocidas como Fórcides: las Gorgonas, las Grayas, Equidna, el dragón Ladón, que custodia insomne el jardín de las Hespérides (Hes. Teog. 332) y posiblemente Escila (Apd. Ep. 7.20; Ap. Rd. IV 828; Od. 12.125, Hig. 199; Ov. Met. XIII 749).

Ceto ayuda a su padre Ponto. Friso de la Gigantomaquia del Altar de Pérgamo, s. II a.C. Museo de Pérgamo (Berlín).
Cetos marinos:

- cetos de las profundidades.
- Ceto etíope o de Andrómeda.
- Ceto indio.
- Ceto troyano o de Hesíone.
- Escalopendra de mar.

Ceto: monstruo marino gigante.

Los monstruos marinos, de potentes miembros y enormes, maravillas del mar, cargados de fuerza invencible, cuya contemplación causa terror, siempre armados de mortífera rabia, andan errantes por los inmensos mares en donde están los desconocidos observatorios de Poseidón. Solo unos pocos se acercan a las costas, únicamente aquellos cuyo peso pueden soportar las playas, y no les es imprescindible el agua salada: el terrible león y el imponente pez martillo, y los mortíferos leopardos, y las impetuosas ballenas entre ellos también se halla la negra y violenta raza de los atunes, el mortífero pez sierra, y las terribles fauces de la funesta lamia, y la máltha, así llamada no por su blanda debilidad, y los terribles carneros, y la funesta carga de la hiena y los depredadores y osados peces-perro. Hay tres clases de peces-perro; una de ellas es un ceto de las profundidades del mar, está incluida en el número de los terribles monstruos marinos; otras dos razas, entre los más poderosos peces, andan errantes en el barro profundo (Opiano, De la pesca I 360).

Entre los crueles monstruos del mar, algunos pueden abandonar el agua salobre al suelo fecundo de la tierra seca: las anguilas tienen contacto con las costas y los campos cercanos al mar, la escudada tortuga y los funestos y lúgubres castores, que profieren en las costas su voz de mal presagio para los hombres porque su lamento, de triste sonido, profetiza hado y muerte. Incluso la cruel ballena dicen que abandona el mar por la tierra seca y se calienta al sol. Las focas por la noche siempre dejan el mar, y, a menudo, durante el día permanecen tranquilas en las rocas y en las arenas, y duermen en tierra (Opiano, De la pesca, I 394).

Los monstruos que se crían en medio de los mares son numerosos y de tamaño desmesurado. No suben a la superficie porque, debido a su peso, habitan en el fondo marino, y rabian por comida siempre hambrientos. ¿Qué presa sería suficiente para llenar la cavidad de su vientre, o para satisfacer a sus insaciables mandíbulas? Ellos mismos se devoran unos a otros. El que prevalece por su fuerza mata al más débil y uno sirve a otro de comida y festín. A menudo atemorizan a los barcos cuando los encuentran en el mar Ibérico (Atlántico), por donde principalmente circulan, dejando el agua infinita del vecino Océano, semejantes a naves de veinte remos. Con frecuencia también se extravían y se aproximan a la playa, en la zona de agua profunda, cerca de la orilla, y allí es donde se les puede atacar (Opiano V 20).

Cuando Poseidón se sube a su carro y lo conduce a través de las olas, los Cetos surgen de las profundidades y juegan haciendo cabriolas, y el mar, reconociendo a su amo, se abre a su paso frente a él, regocijándose (Il. XIII 27).

Ceto etíope.

Casiopea, la esposa de Cefeo, había competido en en belleza con las Nereidas y se había jactado de ser mejor que todas; por ello éstas se encolerizaron y Poseidón, compartiendo su ira, afligió al país con un monstruo y una inundación. Andrómeda, la hija de Casiopea, era ofrecida como alimento del monstruo. Cefeo, obligado a hacerlo por los etíopes, la encadenó a una roca. Cuando Perseo la vio, enamorado de ella, prometió a Cefeo acabar con el cetáceo si una vez rescatada se la otorgaba en matrimonio (Apd .II 4.3).

El monstruo estaba ya tan cerca de las rocas como el espacio de cielo que la honda balear puede atravesar con su proyectil de plomo, cuando Perseo se elevó hacia las nubes. En la superficie del agua la fiera se enfurece contra la sombra que ve. El vástago de Ínaco se lanzó en picado a través del vacío en rápido vuelo y atacó por la espalda a la fiera que brama, hundiéndole la espada en el hombro derecho hasta el corvo garfio. Dañada por una grave herida, unas veces yergue su cuerpo en el aire, se mete bajo el agua y se revuelve como un jabalí atacado por una jauría de perros. El héroe evita las ávidas dentelladas con sus veloces alas, y por donde se descubre, sea en la espalda repleta de cóncavas conchas, sea en los costados o por donde la finísima cola termina como la de un pez, la golpea con su corva cimitarra. La bestia vomita por la boca olas de agua mezcladas con purpúrea sangre. Como las alas se hicieron muy pesadas al impregnarse con las salpicaduras, divisó un peñasco y, agarrándose con la mano izquierda al saliente de la roca, atraviesa con la espada los ijares del monstruo una y otra e incontables veces hasta matarlo (Ov. Met. IV 705).

El ceto, enviado por Neptuno para matar a Andrómeda, debido a su gran tamaño y su valor, fue colocado entre las constelaciones (Hig. Astr. II 31).
Andrómeda ayuda a Perseo a matar a Ceto. Anfora corintia de figuras negras ca.575-550 a.C. Cerveteri (Italy). Berlin, Antikensammlung (SMPK).
Ceto indio.

Los indios de Trapobana cuentan que en el mar que rodea a su isla existe una muchedumbre incontable de peces y criaturas formidales. Éstas tienen cabezas de leones, leopardos, lobos y corderos. Hay monstruos que tienen forma de sátiros con cabezas de mujeres provistas de espinas en vez de cabellos. Otros que tienen extrañas formas, imposibles de ser representadas por hombres en pintura. Algunos tienen colas larguísimas y en espiral, y en sus pies garras o aletas. Son anfibios y de que de noche pastan en los campos porque comen hierba como los rebaños y los grajos. Les gusta comer el dátil de la palmera y, para ello, sacuden los árboles con sus colas, que son flexibles y capaces de abarcarlos enrollándose en ellos. Cuando llega la noche y viene el crepúsculo, desaparecen sumergiéndose en el mar antes de rayar el alba (Eliano, Historia de los animales 16.18).

Ceto troyano. 

Neptuno y Apolo habían ceñido Troya con una muralla (Pínd. Íst. IV 61). El rey Laomedonte les prometió sacrificar todo el ganado que naciera durante aquel año en su reino pero faltó a su palabra por codicia (Higino: Fábula 89) y no solo se negó a pagarles sino que amenazó con cortarles las orejas (Virg. Geórg. I 502; Horacio Odas III 21.2; Ov. Met. XI 205). En venganza, Apolo envió una peste y Poseidón emergió un monstruo de las profundidades que devorara a los habitantes de las llanuras y arruinara sus campos derramando agua de mar sobre ellos (Hom. II. VII 452, XXI 441; Apd. II 5.9; Luciano: Sobre los sacrificios 4; Diodoro Sículo IV 42; Servio sobre la Eneida de Virgilio III 3).
 
Hiérace, del país de los Mariandinos, socorrió a los troyanos con trigo y otros alimentos. Poseidón transformó a Hiérace en halcón, ave amada por los hombres (Ant. Lib. Met. 3).

Laomedonte consultó al oráculo de Apolo. El dios enojado ordenó abandonar a las hijas de los troyanos en la orilla del mar como sacrificio para que el monstruo la devorara (Hig. 89). La mayoría de los padres enviaron a sus hijas al exterior para salvarlas del peligro. Un noble llamado Fenodamante (Tzetzes: Sobre Licofrón 472, 952 y 965), Hipotes o Hipóstrato (Servio sobre la Eneida de Virgilio I 550; V 30), padre de una hija llamada Egesta, se dirigió a los ancianos de Troya, alegando que, puesto que Laomedonte era el único responsable de su desgracia, debía hacer sufrir por ello sacrificando a su hija. Egesta huyó a Sicilia donde tuvo relaciones con el río Crimiso en forma de perro o de oso y así concibió a Acestes. Hesíone fue atada a la roca expuesta como sacrificio al ceto y así la encontró Heracles.

A su regreso del país de las Amazonas o cuando desembarcaron los argonautas en Sigeo, Heracles vio a Hesíone encadenada a una roca en la costa troyana. Heracles rompió sus cadenas y se ofreció a matar al ceto a cambio de los caballos inmortales de Tros, que corrían sobre las aguas y sobre las mieses, que Zeus le había dado a como compensación por el rapto de Ganímedes (Diodoro Sículo IV 42; Valerio Flaco II 487; Higino 89; Apd. II 5.9). Con la ayuda de Atenea, los troyanos levantaron una gran muralla que servía para proteger a Heracles del monstruo cuando sacaba la cabeza del mar y avanzaba por la llanura (Ilíada XX 145). Al llegar a la muralla abrió sus grandes fauces y Heracles se introdujo en su garganta plenamente armado. Pasó tres días en el vientre del monstruo y salió de él victorioso (como el profeta Jonas en la Biblia, Jon. 1;17), aunque la lucha le había perdido todos los pelos de su cabeza (Tzetzes: Sobre Licofrón 34).
Heracles lucha contra el Ceto troyano. El héroe está desnudo y empuña un anzuelo en una mano. Hidria ceretana de figuras negras, ca. 530 a.C. Colección Stavros S. Niarchos Collection, Atenas.

Laomedonte engañó a Heracles sustituyendo los caballos inmortales por otros mortales, en vista de lo cual Heracles amenazó con hacer la guerra contra Troya y se hizo a la mar lleno de cólera (Apd. II 5.9).

Escalopendra.

La escolopendra es el mayor de los monstruos marinos, como un trirreme. En ocasiones se aparece varado en la playa. En medio acuático las han visto flotando y que todo lo que es cabeza sobresalía de la superficie. Presenta larguísimos pelos saliendo de sus narices y la cola es plana como la cola de la langosta. Nadan con muchas patas dispuestas en línea a uno y otro lado, como si fueran remos y cuando avanza, el oleaje emite un suave murmullo (Eliano: Historia de los animales 13.23)..

III. Mujeres dragón ('Dracaenas'):

La mujer dragón es una criatura híbrida con la parte superior del cuerpo de una bella ninfa y el cuerpo de un dragón o de un monstruo marino en lugar de las piernas. Dos de estas criaturas, Equidna y Ceto, engendraron una prole monstruosa.

Mujeres dragón:

- Campe.
- Delfine.
- Escila.
- Equidna.
- Equidna de Argos.
- Poine.
- Dragona escita.
- Sibaris.

Campe.

Campe (quizá de κάμπια, "oruga") es un monstruo mitológico, que habita en el Tártaro, donde vigila a los monstruosos Cíclopes y Hecatónquiros que Crono encerró tras su guerra con Urano. Durante la Titanomaquia fue muerto por Zeus (Apd. I 2, 1) o por Dioniso (Diod. III 72.3).

El cuerpo descomunal de Campe estaba formado por multitud de extrañas criaturas. Tenía, un millar de colas reptantes que surgían de sus patas de serpíente, y escupía veneno como una víbora. En sus cintura nacían cincuenta cabezas de diversas fieras: algunas de ellas rugían con forma de león (como Esfinge), otras eran de jabalí y rezumaban espuma de sus colmillos (como Escila). La mitad superior de su cuerpo, tenía forma de mujer con cabellos de serpiente que lanzaban veneno (como Medusa). Su híbrida y enorme figura, desde lo más alto del pecho hasta el muslo, estaba cubierta de escamas como un monstruo acuático (Epicarmo en Hesiquio K614 la considera un ceto o monstruo marino). Las garras de sus manos se doblaban como una hoz de uñas corvas, y en lo alto de la espalda, reptaba un escorpión con un agudo aguijón que se levantaba sobre su cuello. Las llamas en sus párpados despedían chispas que salían despedidas a distancia. Ninfa del Tártaro, cuando se alzó en armas, volaba con sus negras alas, dando vueltas sobre la tierra, el Éter y las tempestuosas profundidades, provocando huracanes y tormentas (Nono 18, 233).

Delfine

Dragona ahíta, grande, un monstruo salvaje, que causaba muchos daños a los hombres sobre la tierra y a sus ovejas de ahusadas patas, pues era un azote cruento. Antaño, tras recibirlo de Hera la de áureas flores crió al terrible y siniestro Tifón, azote de los mortales (Himno homérico III A Apolo 300).

Cuando Tifón, cortó los tendones de manos y pies de Zeus, lo transportó sobre sus hombros a través del mar hasta Cilicia y al llegar lo abandonó en la cueva Coricia de Lici (distinta del antro Córico de Delfos). Escondió los tendones en la piel de un oso y puso como guardián a la dragona Delfine, medio animal, medio mujer. Hermes y Egipán sin ser vistos robaron los tendones y se los aplicaron a Zeus. Éste recobró su fuerza, e inmediatamente, transportado desde el cielo en un carro de caballos alados, persiguió con sus rayos a Tifón hasta el monte llamado Nisa, donde las Moiras engañaron al fugitivo, que, persuadido de que así se fortalecería, comió los frutos efímeros (Apd. I 6.3).

La dragona, a todo al que encontaba llevaba a su día fatal hasta que le lanzó un poderoso dardo el Soberano Certero, Apolo. Ella, abrumada por terribles dolores, yacía jadeando intensamente y rodando por el suelo. Un grito sobrehumano, indescriptible, se produjo, y por el bosque no cesaba de retorcerse violentamente, aquí y allá. Perdió la vida, exhalando un aliento ensangrentado (Himno homérico III A Apolo, 356).

Escila.

Genealogía. La monstruosa Escila es hija de Hécate con Apolo (Hes. Eeas fr.13),  Forcis (Escolio Od. XII 85; Ap. Rd. IV 828) o el río Crateide (Hig. Fab. 199); de Cratéis (Od. XII 124, ninfa, hija del río Crateide) con Tirreno o Forcis (Apd. Ep. 7.20) o con Tritón (Eustacio en Homero, Odisea XII 85); de Tifón y Equidna (Hig. Fab., Pref. 151).

Metamorfosis. Escila fue una hermosa náyade pretendida por Poseidón, pero la celosa Anfítrite la convirtió en un terrible monstruo al envenenar el agua del manantial donde se bañaba (Servio, Sobre la Eneida III 420).

Escila una vez rechazó a Glauco y huyó hacia el interior de los avances de la divinidad marina. Glauco pide ayuda a la maga Circe para conseguir el amor de Escila, sin saber que la hechicera está en secreto enamorada de él. Circe prepara un frasco de veneno y lo vierte donde Escila se bañaba regularmente. Escila sumergida en el agua solo hasta la mitad de su vientre, sufre una transformación monstruosa, las cabezas de seis perros que salen de su cintura (Ovid., Met. XIII 749).

Argonautas. Hera ordenó a Tetis que guíe a los Argonautas a salvo a través del estrecho de Escila y los remolinos de Caribdis. Escila, el monstruo malvado nacido de Forcis y Hécate, que los hombres llaman Crateis, no sea que lanzándose pueda destruirlos en sus terribles mandíbulas. De esta manera no solo ayudará a su marido, Peleo, uno de los argonautas, sino a su futura nuera, Medea, destinada a carse con Aquiles en los Campos Elíseos (Ap. Rd., Arg. IV 786).

Hércules. En su viaje a Sicilia Hércules mata a Escila porque había robado parte del ganado de Gerión. Su padre, Forcis, resucita a Escila utilizando antorchas encendidas (Tzetzes, Sobre Licofrón 45).

Odisea. Circe aconseja a Ulises que navegue más cerca de Escila que Caribdis podría ahogar toda su nave y es mejor perder seis hombres y mantener su nave que perder toda su tripulación. También le dice a Odiseo que le pida a la madre de Escila, la ninfa del río Crateis, que evite que Escila salte más de una vez. Odiseo navega con éxito por el estrecho, pero cuando él y su tripulación se distraen momentáneamente por Caribdis, Escila arrebata a seis marineros de la cubierta y los devora vivos (Od. XII 210).

Eneida. Escila habría hundido las naves troyanas, si no se hubiera transformado antes de que entraran en un arrecife cuyas rocas se levantan hoy, y los marineros la evitan y se alejan  (Ov. Met. XIV 44).

Eneas encuentra varias bestias estancadas en las puertas de Hades, Centauros y Escila de doble forma, y el hecatonquiro Briareo, y la bestia de Lerna, silbando horriblemente, y la Quimera armada con llamas, Gorgones y Harpías, y la forma de la sombra de tres cuerpos, Gerión (Eneida VI 287). 

Escila. Crátera beocia de figuras rojas, ca. 425 a.C.
Equidna.

Hija de Tartaro y Gea (Apd. II 1.2), descendiente deidades marinas Forcis y Ceto (hija de Medusa, Calírroe o Ceto), hija del primigenio Fanes (Atenágoras, Apología 20). La divina y astuta Equidna es mitad ninfa de ojos vivos y encantadoras mejillas, pero la otra mitad es una serpiente monstruosa, terrible, enorme, retorcida y sanguinaria. Habita una caverna en las profundidades de la tierra, lejos de los dioses inmortales y lejos de todos los mortales. Allí los dioses le ordenaron un hogar fabuloso para vivir en el que ella se mantiene bajo tierra entre los Árimos, la espeluznante Equidna, una ninfa inmortal y exenta de vejez por todos los siglos (Hes. Teog. 295).

El terrible Tifoeo se unió en amor a ella y dio a luz una feroz descendencia; primero ella descubrió a Orto, el sabueso de Gerion, y luego tuvo un segundo, un monstruo que no se puede describir, Cerbero, el sabueso de voz broncínea de Hades, de cincuenta cabezas, implacable y feroz. En tercer lugar a la Hidra de Lerna, de mente maligna, a quien la diosa Hera de brazos blancos, alimentó, irritada sin medida con el poderoso Heracles (Hes. Teog. 306).

Del gigante Tifón y de Equidna nacieron el dragón que al otro lado del océano guardaba las manzanas de las Hespérides; la Hidra que mató Hércules junto a la fuente de Lerna; la serpiente que guardaba en La Cólquide la piel del carnero; Escila, que tenía la parte superior del cuerpo de mujer y la inferior de pez, y seis perros en su cintura; la Esfinge que estuvo en Beocia; la Quimera de Licia, que tenía la parte anterior del cuerpo de león, la posterior de serpiente y la del medio de Quimera, propiamente dicha... (Hig. Fab. 151). El águila caucásica que devoraba cada día el hígado de Prometeo, muerta por Heracles (Apd. II 5.11) y la cerda de Cromión, muerta por Teseo (Apd. Ep. 1.1) también se cuentan entre la mostruosa descendencia de Tifón y Equidna.

Ares venció a un enemigo de los dioses de igual clase, a un hijo de Equidna, que escupía el espantoso dardo de un veneno terrible y poseía una doble naturaleza en un mismo cuerpo. Desde el interior de las selvas se movía agitando en espiral su cola, la espina de su madre. Crono dispuso de tan inmensa criatura para combatir el rayo, un guerrero de belicosos silbidos mientras se movía reptando como una serpiente, cuando elevaba sus manos sobre el contorno de su pecho y luchaba contra Zeus (Nono, 18, 272).

Equidna de Argos.

Mujer serpiente, hija de Tártaro y Gea (Apd. II.1) o de Estige y Piras (Paus. VIII 17.6) que atacaba a los viajeros en tierras de Argos. De Zeus y Níobe, la primera mortal amada por Zeus, nacieron Argos y  Pelasgo. Argos, obtenida la realeza, dio su propio nombre al pais, y casado con Evadne, hija de Estrimón y Neera, engendró a Écbaso, Piras, Epidauro y Críaso, quien heredó el reino. De Écbaso nació Agénor, y de éste, Argos Panoptes, pues tenía ojos por todo el cuerpo; se dice que dio muerte a Equidna, que raptaba a los caminantes, sorprendiéndola dormida.

Mujer-dragón Escita (Hora).

1. Entre los aliados Perses del Tauro en la batalla contra su hermano Eetes de La Cólquide y sus aliados los Argonautas, se encontraban son los Bisaltas y su líder Colaxes, sangre de los dioses también él, a quien en las riberas escíticas junto al verde Mírace y a la embocadura del Tíbisis engendró Júpiter, cautivado por un cuerpo híbrido y no se horrorizó de las sierpes gemelas de la ninfa. Toda la falange lleva la insignia de Júpiter y broqueles labrados con el triple rayo de Júpiter y dos serpientes enfrentadas, emblema de su madre Hora (Val. Flaco VI ).

2. Existe una región en Escitia que recibe el nombre de Hile por su gran cantidad de madera. Aquí llegó Heracles buscando las yeguas de Gerión que habían desaparecido. Encontró en una cueva a un ser biforme, la parte superior de su cuerpo, desde las nalgas, era la de una mujer, mientras que la inferior era la de un ofidio. Al verla, se quedó estupefacto y le preguntó por sus yeguas extraviadas. La mujer-serpiente le respondió que las tenía en su poder, pero que no se las devolvería hasta que no se uniera a ella. La mujer-dragón, que gobernaba la región, se quedó embarazada de tres hijos de Heracles. Cuando le devolvió su ganado y Heracles estaba listo para marcharse, le preguntó qué hacer con sus hijos cuando fuesen mayores. Heracles respondió que fije su residencia en esta región a aquel de los tres que pueda tender su arco (tenía dos, el otro es el de Filoctetes) y ceñir su talabarte, que en el extremo llevaba una copa de oro, y después de habérselos entregado se marchó. Cuando los hijos que tuvo se hicieron hombres, lo primero que hizo fue imponerles unos nombres: al mayor Agatirso, al siguiente Gelono y al más joven Escita, el único que superó la prueba y de quien descienden los reyes escitas (Hdt. IV Talia, 9.1).

Poine.

Después de vencer a Pitón, Apolo se refugió en casa del rey Crotopo de Argos, hijo de Agénor, que tenía una hija de admirable belleza cuyo nombre era Psámate (Paus. I 43.7). Seducida por Apolo, Psámate da a luz un niño, Lino, que confía a la custodia de un pastor. Los perros de Crotopo matan al infante cuando estaba tumbado en el césped. Cuando la madre se entera confiesa la verdad a Crotopo que, sin conmoverse, la condena a muerte.

Apolo recordó su unión demasiado tarde. Un monstruo concebido del Aquerón en la guarida de las Furias vino a castigar la tierra. Tenía la cara y el seno de una doncella, de su cabeza una serpiente siempre silbante se levanta, separándose en dos cejas. Esa asquerosa plaga se deslizaba por la noche con movimientos invisibles dentro de las cámaras, arrancaba de los senos que los amamantaban las vidas de los recién nacidos, y con los colmillos manchados de sangre que se atiborraban y engordaban con el dolor del país, dejaba a las madres con los brazos vacíos y aligeraba la carga de las niñeras (Estacio, Tebaida I 588; Calímaco Aitia Fr. 26).
Apolo y Pitón (Poine). Lécito de figuras negras, s. VI a.C. Museo de Louve.
Corebo a la cabeza de un grupo de valientes jóvenes, mata al monstruo provocando la indignación de Apolo. El dios envía una terrible peste que asola los campos de Argos y, cuando se le pregunta el medio de aplacarle, hace saber que deben ser inmolados los causantes de la muerte del monstruo. Corebo, sin dudar, se presenta en el templo de Cirra, se considera único responsable de la muerte del monstruo y acepta el castigo si el Delio retira la peste de Argos. Apolo concede a Corebo el "triste honor de la vida" y aleja todo castigo. Desde entonces los argivos celebran sacrificios anuales, en el mes del cordero, porque Lino fue criado enre corderos (Conón 19 en Focio Myrabiblion cod. 186).

Sibaris.

Al sur del Parnaso, cerca de Crisa, hay una montaña que se llama Cirfis, cerca de Crisa donde existe una inmensa gruta, en la cual habitaba una fiera, a quien unos llamaban Lamia y otros Síbaris, que recorría diariamente los campos atacando a animales y a hombres. Los habitantes de Delfos preguntaron a la oráculo cómo librarse de la desgracia. El dios les reveló que debían colocar junto a la gruta a un joven elegido de entre los ciudadanos, como sacrificio propiciatorio. Celebraron un sorteo, y le tocó a Alcioneo, hijo de Diomo y de Meganira, hijo único, y bello, tanto por su aspecto como por el talante de su espíritu. Los sacerdotes coronaron a Alcioneo y le condujeron hasta la gruta de Síbaris. Euríbato, hijo de Eufemo, que era joven y valeroso y del linaje del río Axio, había salido del país de los Curetes por voluntad divina y se topó con la comitiva que conducía al joven. Sacudido por un enamoramiento súbito por Alcioneo, arrancó, las coronas de flores y, poniéndoselas sobre su propia cabeza, ordenó que le condujeran a él en sustitución del joven. Entró en la gruta corriendo y arrancó a Síbaris de su guarida, la sacó a la luz y la precipitó desde lo alto de las rocas. Síbaris, rodando hacia abajo, se golpeó la cabeza contra los contrafuertes de Crisa y murió. De aquella roca aquella surgió una fuente, que las gentes de la región llaman Síbaris y en recuerdo de esta fuente, los locrios fundaron una ciudad en Italia llamada Síbaris. (Ant. Lib. 8).